Aunque la muerte
nos separe
Todos hemos
escuchado en más de una ocasión esas historias que hablan de perros que parecen
tener una sensibilidad y una devoción especial hacia sus dueños, un sentimiento
de fidelidad que les lleva a permanecer, en algunos casos, junto a la puerta de
un hospital por la que su amo desapareció una vez hace ya muchos años. O sobre
una tumba, cuidando y velando el descanso eterno de su dueño hasta el último
día de su vida. Otras historias
nos cuentan el increíble sentido de la orientación de los canes, que son
capaces de volver a su hogar desde distancias que a veces se cuentan por miles
de kilómetros, en viajes épicos que les costarán recorrer incluso algunos años.
También se ha hablado mucho del supuesto sexto de precognición que parecen
tener los perros, ese sentido que les posibilita adelantarse o intuir la
inminente llegada de sus dueños, una tormenta e incluso un movimiento sísmico.
A continuación os
mostramos algunas de estas peculiares historias y una pequeña muestra sobre los
estudios que se han realizado en los últimos tiempos sobre este sexto sentido
que hemos mencionado.
Gaucho.
Su dueño lo llamó
“Gaucho”, ambos vivían en la localidad de Villa del Carmen, y fueron muy
unidos. Un día el amo se enferma y debe ser trasladado a Durazno para ser
internado en el Hospital Dr. Emilio Penza de una enfermedad grave. Fue entonces que
el Gaucho quedó solo y se largó a caminar por el camino que recorrió su dueño.
Cruzó humedales y arroyos, recorrió mas de 50 kilómetros de distancia hasta que
llegó al lugar donde se encontraba su dueño internado, allí se quedó
acompañándolo sin alejarse del lugar, porque él era su amigo de la vida. Los
vecinos y personal del hospital lograron conocerlo por su inseparable presencia
y su gesto de nobleza. Cuando el amo
fallece, en la sala se escucha al Gaucho llorar con remordimiento al igual que
días atrás cuando su dueño se quejaba de algún dolor que sufriera.
Aquel perro de
pelo casi oscuro y de ojos tristes lo acompañó durante su velatorio y hasta el
lugar donde recibiría sepultura.
Fido
En un pueblito
italiano a finales de la década de 1930
había un joven de nombre Luigi quien adoptó y crió un perrito mestizo bautizado
“Fido”. Cada mañana Fido acompañaba a su amo a la estación de ferrocarril
situada a unos 2 Km. del hogar. El joven trabajaba
en carpintería en una pequeña ciudad de la zona y para desplazase tenía que
tomar el tren todas las mañanas, regresando a su pueblito a las 5.30 todas las tardes. Allí estaba Fido esperando
a Luigi ,día tras día.Después de
expresar con brincos y ladridos la alegría del encuentro con su amo, Fido daba
unas carreritas y saltaba en el monte todo contento, hasta llegar a casa.
Esa
rutina diaria fue interrumpida bruscamente cuando Luigi fue reclutado en el
ejército y enviado al frente ruso en 1943. Luigi nunca volvió. Fue una víctima mas de la
Segunda Guerra Mundial que mató decenas de miles de seres, algunos pecadores y
criminales pero la gran mayoría, inocentes. Los meses y años
pasaban. A principios de los 50, Fido tenía dificultades para desplazarse; no
pudo escapar a los achaques de la vejez; tenía artritis. Sin embargo, Fido no
perdía esperanzas. A pesar de los dolores para movilizarse y las fuerzas que
mermaban cada vez mas, él seguía con su rutina convencido del regreso de su
amo. El trecho de camino que hacía antes con ligereza en 15 minutos, tardaba
ahora 2 horas, llegando a casa completamente agotado. Fué una tarde de invierno
con fuerte viento y nevada. Fido dio sus últimos pasos sobre el blanco camino,
se tambaleó y su noble corazón dejo de latir . Al día siguiente
encontraron su pobre cuerpecito congelado y cubierto de nieve.
Bobby
Bobby |
Bobby era el
terrier de un policía de la ciudad de Edimburgo llamado John Gray. Ambos
estaban siempre juntos y ya era famosa en la zona la cantidad de trucos que Bobby
sabía realizar. Desafortunadamente, un 15 de Febrero de 1858, Gray muere de una
tuberculosis repentina. Durante el funeral Bobby permanecería siempre presente,
y seguiría al cortejo hasta el cementerio de Greyfriars Kirkyard. Lugar donde
descansarían los restos de John y donde además, en un acto de fidelidad
extrema, Bobby pasaría el resto de los 14 años que le quedaban de vida montando
guardia sobre la tumba de su fallecido amo.
Con los años Bobby se fue
transformando en una leyenda local y personas que admiraban su fidelidad
comenzaron a alimentarlo y a suministrarle un refugio en el invierno. A tal
punto creció esta fama que en 1867 el mismo Lord Provost de Edimburgo, Sir
William Chambers, intervendría personalmente para salvar a Bobby de la perrera
y además, para evitar futuros accidentes de este tipo, declararía al fiel can
como propiedad del Consejo de la Ciudad. Bobby moriría sobre la tumba de su amo
en 1872, y al no poder ser enterrado en el cementerio la gente del lugar se
reuniría para construirle una fuente con una estatua en su honor no muy lejos
del cementerio. Estatua que,
curiosamente, fue construida mirando hacia la tumba de John Gray.
Collie
Collie |
Collie llegó a La
Piedad hace unos cinco años, el mismo día en que sepultaron a su amo. Esa noche
se quedó junto a la tumba y al día siguiente, cuando los familiares vinieron
por él, no hubo forma de llevarlo. Hubo unos días de pausa y regresaron, en
este caso con una soga. “Dicen que al
dueño lo cremaron y que eso lo desorientó, sigue viniendo a este sector donde comenzó todo”, dice Eduardo
Visconti, citando una versión que circuló entre el personal de La Piedad. “Ahora duerme la siesta en el lugar cercano a
la tumba y el resto del tiempo se queda cerca de las oficinas de entrada”,
comenta.
Antes que
Domingo, a Collie lo cuidó Miguel Landriel,
capataz del lugar ahora jubilado, quien le pasó la posta. “Yo quería hacerme amigo,
pero se iba corriendo, no me dejaba ni acercar”.
Hachiko
Hachiko |
Otro amigo fiel
fue Hachiko, un perro de raza Akita inu nacido en 1923 en la ciudad japonesa de
Odate. Sin embargo, menos de un año más tarde su dueño, un profesor de agricultura
llamado Hidesamuro Ueno, lo llevaría hasta Tokio. Allí Hachiko se acostumbraría
a su vida cosmopolita yendo todas las noches hasta la estación de trenes
Shibuya para recibir a su dueño cuando éste llegaba del trabajo. Por desgracia
Ueno fallece en 1925 y nunca es llevado nuevamente a su casa, por lo que
Hachiko queda abandonado en las calles. No obstante, durante 11 años volvería
fielmente todas las noches a la estación de trenes, exactamente a la hora en la
que arribaba el tren que solía tomar Ueno. Una vez frenado el tren Hachiko
buscaba a su amo cuidadosamente entre la multitud y luego se retiraba.
Lobito y Ovejero
Lobito |
Elena es empleada
de La Piedad y trae a su memoria otra historia de nobleza. “Hubo un perro negro
y lanudo, que llamaron Lobito, que estuvo como ocho años al pie del nicho de su
amo, en el primer piso, no se movió más de ahí, mi hermana le daba de comer y
como ladraba y muchos se quejaron, terminó llevándolo a su casa hasta que murió
de viejo”, señala. “¿No le contaron
del ovejero?”, Capital. “Fue una historia similar a la de
Collie. pregunta Visconti a La Falleció el dueño, el ovejero se instaló en una perpetua del solar 7 A y nunca más se fue, habrá estado unos
cuatro años, al principio tenía una actitud activa pero después murió ahí mismo de tristeza”.
Clara
Clara |
El periódico
israelí Maariv contaba en 2007 una historia particular. Una perra se negaba a
abandonar la tumba de su dueño en el cementerio de Safed, al norte de Israel. La perra que fue
apodada Clara, por los empleados del cementerio, fue echada varias veces del
lugar pero siempre regresaba a la tumba de su
dueño Vladimir Yaronov que falleció en noviembre de 2007 a los 77 años. La historia de la
perra provocó que varios oyentes en un programa de radio donasen comida para
ella por un año.
Cementerio Nerja,
Málaga.
El perro fiel |
Los vecinos se
acostumbraron a su presencia y le llevaban agua y comida; con lo que al
animal ganó peso con los días. Lo que ninguno de
los vecinos consiguió, a pesar de que varios lo intentaron, fue adoptarlo. El
perro siempre volvía junto a la tumba de su amo.
Canelo
Canelo |
Obviamente, como
en un hospital no pueden entrar animales, él siempre dejaba a Canelo
esperándolo en la puerta del mismo. El hombre salía de su diálisis, y juntos se
dirigían a casa. Esa era una rutina que habían cumplido durante mucho tiempo. Cierto día el
hombre sufrió una complicación en medio de su tratamiento, los médicos no
pudieron superarla y éste falleció en el hospital. Mientras tanto “Canelo” como
siempre, seguía esperando la salida de su dueño tumbado junto a la puerta del
centro de salud. Pero su dueño nunca salió. El perro
permaneció allí sentado, esperando durante 12 años.
Yanu
Yanu junto a su dueña |
La sorpresa llegó cuando su dueño encontró a Yanu, lleno de espigas y con
pequeñas heridas, al bajar las escaleras de su casa. Según explica la
asociación protectora El Refugio, nadie sabe donde ha estado Yuno estos tres
meses ni cómo ha sabido regresar a casa. Desde la perrera
municipal de Leganés, de donde se escapó, hasta la casa de los dueños en la
Puerta de Toledo, en el centro de Madrid, hay más de 15 kilómetros, la M-30, y
numerosas carreteras. “No nos lo podíamos creer tres meses después, cuando lo
vimos en el portal nos echamos a llorar de alegría, ahora queremos disfrutar de
el todo lo que no hemos podido durante estos meses” decía Perin, la dueña,
acariciando a Yanu.
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